Devocional

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Diciembre 2

"Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo", Génesis 50:20.

Los mortales ignorantes siempre son precipitados en sus conclusiones sobre el proceder de la Providencia, cegados por sus propios pareceres e impacientes en las tribulaciones. Pero, para ordenar mis pensamientos conflictivos y esperar con paciencia el resultado de todas las cosas, permítanme examinar algunas narraciones notables de la Escritura, y ver el resplandor de la bondad, después de que las tormentas de problemas y las nubes de indignación se hayan ido.

Primero, entonces, permítanme analizar lo que sucedió a Abraham, el amigo de Dios. Piensa qué felicidad llenó el corazón del patriarca cuando se le prometió un hijo en su vejez, y cuánto aumentó esta felicidad cuando nació el hijo prometido, y creció siendo un precioso niño, para alegría de sus padres. Sin embargo, mira otra vez, y ve qué maravillosa prueba, ¡la tremenda escena siguiente! ¡El hijo de la promesa debía ser sacrificado, y por la mano de su afectuoso padre! Aun, mira sus endebles articulaciones temblar todo el camino hacia el Monte Moriah, para ofrecer a su amado Isaac, como si renunciara a la promesa de Dios, confiando en que Él la cumplirá de otra manera, aunque fuera resucitándolo de los muertos.

Ahora, veamos el inicio de la prueba de su fe: cuán oscura y lúgubre, cuán contraria a la razón, el afecto y también la piedad; pero, conectemos el comienzo con el final, y todo se vuelve hermoso y brillante. En el comienzo su fe es probada, en el final triunfa. Allí Dios ordena, aquí Él alaba su obediencia. Allí Él demanda, aquí restaura a Isaac. La voz de Dios primero parece negar su promesa anterior, aquí la confirma con nuevas promesas, bendiciones añadidas y el glorioso nombre de "el padre de los fieles". Abraham vuelve a casa lleno de gratitud y alegría; y nosotros tenemos el relato divino para enseñarnos a esperar hasta el final, antes de concluir acerca del camino providencial de Dios.

El segundo es el relato de José. En la primera parte de la escena, ¡mira su joven corazón a punto de estallar por la amargura y la angustia! ¡Escucha sus numerosas, pero infructuosas, súplicas hacia sus crueles hermanos! ¡Cuán conmovedores son sus clamores!, mientras sus endurecidos hermanos le sacan del pozo para venderlo como esclavo. Nada puede salvarlo. El compasivo Rubén no está al alcance de su llanto. El precio es acordado, el dinero es pagado, y él debe irse; ni sus insistencias al despedirse, ni sus gritos desgarradores, ni sus miradas lastimeras pueden conmover a sus hermanos para que desistan. Después, tras un pequeño ascenso en Egipto, es traspasado de la libertad de un siervo al confinamiento de una prisión. A primera vista es una escena melancólica, pero si miramos los sufrimientos de un padre de corazón tierno, se intensifica hasta lo sumo. Todos sus hijos e hijas se reúnen alrededor del afligido anciano para consolarle, pero todo es en vano; aún él imagina a la bestia despedazando a su amado José, que clama por ayuda, pero ninguna ayuda está cerca, y entonces está a punto de desfallecer por el dolor.

Ahora, esta primera parte de la providencia, ciertamente tiene un aspecto muy desalentador, y si nunca hubiéramos conocido más del asunto, habríamos concluido que los dos eran muy miserables. Pero permítanme mostrar cómo queda la querida conexión. Jacob, que se había lamentado por muchos años, es al final inundado de alegría. ¡José, el perdido, el tan llorado José, está todavía con vida! El muchacho que fue vendido a Egipto como un sirviente, ¡tiene ahora a todo Egipto a su servicio! Aquel que tuvo sus pies heridos por los grilletes, ¡ahora puede atar a los príncipes a su voluntad y enseñar sabiduría a los senadores! Aquel que trabaja como esclavo en el calabozo, atendiendo prisioneros, ¡se convierte en un padre del rey! Sus hermanos, que le envidiaban por sus sueños, se inclinan ante él, en cumplimiento a los mismos sueños que generaron su envidia. Aquel, cuya vida no valoraron, salvó la vida de miles. A su palabra, cuyas súplicas sus hermanos no oyeron, ¡se gobierna toda la tierra de Egipto! Los parientes separados durante tanto tiempo se reencuentran y se funden en un abrazo lleno de cariño.

Tenemos (por no mencionar otros) un ejemplo similar en el gran apóstol Pablo, y por su propia observación también, en su epístola a los filipenses. Este gran hombre, luego de su singular conversión, predica incansablemente a Cristo en medio de muchas pruebas y sufrimientos, hasta que finalmente regresa a Jerusalén. Allí es atacado por los judíos incrédulos y enfurecidos, y habría sido asesinado si el capitán romano no lo hubiera rescatado. Sin embargo, es tan perseguido y atacado por su cruel ira, malicia y tratos deshonestos, que se ve obligado a apelar a un emperador pagano. Ahora el gran apóstol de los gentiles, para mucho dolor de la iglesia, es un pobre prisionero, de ahí que diga: “el prisionero de Jesucristo”. Permanece mucho tiempo confinado en Judea, luego es enviado a Roma, donde, aunque naufraga, llega y permanece dos años como prisionero en libertad. Pero, dice a los filipenses: "Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor".

¡Qué noble conexión! Pablo tiene la intención de visitar Roma por su propia cuenta para predicar el evangelio allí; pero la Providencia, a expensas del Emperador, le lleva a ganar conversos, no solo en la ciudad real, sino también en el palacio mismo. Los judíos piensan que su deseo se ha cumplido, al deshacerse así de un hombre pestilente y cabecilla de la secta de los nazarenos; pero no podrían haber encontrado un método mejor para difundir su doctrina y apoyar su causa. Aparentemente, su éxito debe terminar cuando comienza su encarcelamiento, pero ocurre todo lo contrario: no solo Pablo persiste en predicar el evangelio sin prohibición, sino que los demás hermanos se animan a proclamarlo sin temor.

Entonces, ¿qué motivo tengo yo para quejarme de la primera parte de la providencia, cuando solo se ve la rueda exterior? ¿No debería esperar hasta que la rueda interior gire y pueda leer claramente la última conexión? ¿Y qué importa si eso debería estar reservado para la eternidad? Allí se completará toda providencia para mi consuelo eterno, y todas las cosas que me conciernen se conectarán en la más hermosa armonía. No habrá la más mínima brecha en mi suerte o en mi vida cuando el tiempo ya no exista, sino que todas las cosas se me compensarán en Cristo Jesús, para la completa satisfacción de mi alma.